Dia 318 Testimonios 5 pp 549-558

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A medida que aumente la presión del exterior, Dios quiere que su iglesia sea vivificada por las verdades sagradas y solemnes que cree. El Santo Espíritu del cielo, obrando con los hijos y las hijas de Dios, superará obstáculos y retendrá el terreno ventajoso contra el enemigo. Dios tiene grandes victorias en reserva para sus hijos que amen la verdad y guarden sus mandamientos. Los campos están ya blanqueando para la siega. Tenemos luz y ricos y gloriosos dones del cielo en la verdad preparada para nuestras manos; pero no se han educado y disciplinado hombres y mujeres para trabajar en los campos que están madurando rápidamente.

Dios sabe con qué fidelidad y espíritu de consagración cumple cada uno su misión. No hay lugar para los perezosos en esta gran obra. No hay lugar para los que traten de complacerse a sí mismos, o que sean incapaces de tener éxito en ninguna vocación de la vida; ningún lugar para hombres tibios, que no sean fervientes de espíritu, dispuestos a soportar penurias, oposición, oprobio o aun la muerte por amor de Cristo. El ministerio cristiano no es lugar para los zánganos. Hay una clase de hombres que intentan predicar, que son negligentes, descuidados e irreverentes. Sería mejor que cultivasen el suelo en vez de enseñar la sagrada verdad de Dios.

Pronto los jóvenes deberán llevar las cargas que han soportado los ancianos. Hemos perdido el tiempo al descuidar de traer a hombres jóvenes al frente, y darles una educación más elevada y sólida. La obra está progresando constantemente y debemos obedecer la orden: “¡Id adelante!” Mucho bien podría hacer la juventud que está afirmada en la verdad, que no se deja influir fácilmente ni apartar de lo recto por cuanto la rodea, sino que anda con Dios, ora mucho y hace los más fervientes esfuerzos para recibir toda la luz que puede.

El obrero debe ser preparado para emplear las más excelsas energías mentales y morales con que la naturaleza, la cultura y la gracia de Dios le hayan dotado; pero su éxito será proporcional al grado de consagración y sacrificio con que haga la obra, más bien que a sus dotes naturales y adquiridas. Necesitamos hacer los esfuerzos más fervientes y continuos para adquirir cualidades que nos hagan útiles; pero a menos que Dios obre con los esfuerzos humanos, nada lograremos. Cristo dijo: “Porque sin mí nada podéis hacer”. Juan 15:5. La gracia divina es el gran elemento del poder salvador; y sin ella nada valdrán todos los esfuerzos humanos; su cooperación es necesaria aun en el caso de los esfuerzos más arduos y fervientes para inculcar la verdad.

A medida que aumente la presión del exterior, Dios quiere que su iglesia sea vivificada por las verdades sagradas y solemnes que cree. El Santo Espíritu del cielo, obrando con los hijos y las hijas de Dios, superará obstáculos y retendrá el terreno ventajoso contra el enemigo. Dios tiene grandes victorias en reserva para sus hijos que amen la verdad y guarden sus mandamientos. Los campos están ya blanqueando para la siega. Tenemos luz y ricos y gloriosos dones del cielo en la verdad preparada para nuestras manos; pero no se han educado y disciplinado hombres y mujeres para trabajar en los campos que están madurando rápidamente.

Dios sabe con qué fidelidad y espíritu de consagración cumple cada uno su misión. No hay lugar para los perezosos en esta gran obra. No hay lugar para los que traten de complacerse a sí mismos, o que sean incapaces de tener éxito en ninguna vocación de la vida; ningún lugar para hombres tibios, que no sean fervientes de espíritu, dispuestos a soportar penurias, oposición, oprobio o aun la muerte por amor de Cristo. El ministerio cristiano no es lugar para los zánganos. Hay una clase de hombres que intentan predicar, que son negligentes, descuidados e irreverentes. Sería mejor que cultivasen el suelo en vez de enseñar la sagrada verdad de Dios.

Pronto los jóvenes deberán llevar las cargas que han soportado los ancianos. Hemos perdido el tiempo al descuidar de traer a hombres jóvenes al frente, y darles una educación más elevada y sólida. La obra está progresando constantemente y debemos obedecer la orden: “¡Id adelante!” Mucho bien podría hacer la juventud que está afirmada en la verdad, que no se deja influir fácilmente ni apartar de lo recto por cuanto la rodea, sino que anda con Dios, ora mucho y hace los más fervientes esfuerzos para recibir toda la luz que puede.

El obrero debe ser preparado para emplear las más excelsas energías mentales y morales con que la naturaleza, la cultura y la gracia de Dios le hayan dotado; pero su éxito será proporcional al grado de consagración y sacrificio con que haga la obra, más bien que a sus dotes naturales y adquiridas. Necesitamos hacer los esfuerzos más fervientes y continuos para adquirir cualidades que nos hagan útiles; pero a menos que Dios obre con los esfuerzos humanos, nada lograremos. Cristo dijo: “Porque sin mí nada podéis hacer”. Juan 15:5. La gracia divina es el gran elemento del poder salvador; y sin ella nada valdrán todos los esfuerzos humanos; su cooperación es necesaria aun en el caso de los esfuerzos más arduos y fervientes para inculcar la verdad.

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La causa de Dios necesita maestros que tengan altas cualidades morales, y a los cuales se pueda confiar la educación de otros: hombres de fe sana, que tengan tacto y paciencia; que anden con Dios, y se abstengan de la misma apariencia del mal, que estén tan íntimamente relacionados con Dios que puedan ser conductos de luz -en fin, caballeros cristianos. Las buenas impresiones que harán los tales no se borrarán nunca; y la educación así impartida perdurará durante toda la eternidad. Lo que se descuide en este proceso de educación permanecerá probablemente sin hacerse. ¿Quién quiere emprender esta obra?

Cuánto quisiéramos que hubiese jóvenes fuertes, arraigados y afirmados en la fe, que tuviesen tal comunión viva con Dios que pudieran, si así se lo aconsejasen nuestros hermanos dirigentes, entrar en los colegios superiores de nuestro país, donde tendrían un campo más amplio de estudio y observación. El trato con diferentes clases de mentes, el familiarizarse con los trabajos y los métodos populares de educación, y un conocimiento de la teología como se enseña en las principales instituciones del saber, serían de gran valor para tales obreros, y los prepararían para trabajar en favor de las clases educadas y para hacer frente a los errores que prevalecen en nuestros tiempos. Tal era el método seguido por los antiguos valdenses; y, si fuesen fieles a Dios, nuestros jóvenes, como los suyos, podrían hacer una buena obra, aun mientras adquirieran su educación, sembrando la semilla de la verdad en otras mentes.

“Portaos varonilmente, y esforzaos”. 1 Corintios 16:13. Preguntad a Aquel que sufrió oprobio, burlas e insultos por causa nuestra: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Hechos 9:6. Nadie está demasiado educado para ser un humilde discípulo de Cristo. Los que sienten que es un privilegio dar lo mejor de su vida y aprender de Aquel del cual lo recibieron todo, no rehuirán trabajo ni sacrificio alguno para devolver a Dios los talentos que les confió sirviéndole en la forma más elevada. En la gran batalla de la vida, muchos de los obreros pierden de vista la solemnidad y el carácter sagrado de su misión. La mortífera maldición del pecado continúa agostando y borrando en ellos la imagen de Dios, porque no trabajan como Cristo trabajó.

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Vemos la necesidad de estimular ideas superiores de educación y emplear más hombres preparados en el ministerio. Los que no obtienen la debida clase de educación antes de entrar en la obra de Dios no son competentes para aceptar su cometido santo ni para llevar a cabo la obra de reforma. Sin embargo, todos pueden continuar educándose después que han entrado en la obra. Deben tener la Palabra de Dios morando en sí. Necesitamos más cultura, refinamiento y nobleza de alma en nuestros obreros. Una mejora tal daría resultados en la eternidad.

“Os escribo a vosotros, padres, porque habéis conocido a aquel que es desde el principio”. “Os he escrito a vosotros, mancebos, porque sois fuertes, y la Palabra de Dios mora en vosotros, y habéis vencido al maligno”. 1 Juan 2:13, 14. El apóstol liga aquí la experiencia de los padres con la de los jóvenes; igualmente hay un vínculo entre los discípulos de más edad en esta causa y los más jóvenes, que no han tenido experiencia en los primeros sucesos de este mensaje. Los que eran jóvenes cuando el mensaje nació, tendrán que ser educados por los viejos portaestandartes. Estos maestros deben darse cuenta de que no pueden esmerarse demasiado para preparar hombres para su cometido santo, mientras los viejos abanderados pueden todavía sostener en alto el estandarte. Y, sin embargo, los que han peleado durante tanto tiempo en las batallas, pueden todavía ganar victorias. Han conocido tan cabalmente las astucias de Satanás que no serán arrebatados fácilmente de las antiguas sendas. Recuerdan los tiempos antiguos. Conocen a Aquel que es desde el principio. Pueden ser siempre portadores de luz, fieles testigos por Dios, epístolas vivas, conocidas y leídas de todos los hombres.

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Por tanto, demos gracias a Dios porque quedan algunos, como quedaba Juan, para relatar su experiencia en el comienzo de este mensaje y la recepción de lo que ahora nos es tan caro. Pero uno tras otro están cayendo en sus puestos, y no es sino prudente que preparemos a otros para reanudar la obra donde ellos la dejan.

Deben hacerse esfuerzos para preparar jóvenes para la obra. Deben adelantarse al frente, para llevar cargas y responsabilidades. Los que son ahora jóvenes deben llegar a ser hombres fuertes. Deben ser capaces de hacer planes y dar consejos. La Palabra de Dios, morando en ellos, los hará puros y los llenará de fe, esperanza, valor y devoción. La obra está ahora grandemente atrasada porque hay hombres que llevan responsabilidades para las cuales no están preparados. ¿Continuará y aumentará esta gran necesidad? ¿Habrán de caer estas grandes responsabilidades de las manos de los obreros ancianos y expertos en las manos de los que son incapaces de manejarlas? ¿No estamos descuidando una obra muy importante al dejar de educar y preparar a nuestra juventud para ocupar puestos de confianza?

Edúquense los obreros, pero al mismo tiempo sean mansos y humildes de corazón. Elevemos la obra al más alto nivel posible, recordando siempre que si hacemos nuestra parte, Dios no dejará de hacer la suya.

Estimados hermano y hermana N,

Aunque no habéis acusado recibo de mi última carta, me siento instada a escribiros de nuevo. Se me ha mostrado el peligro que corréis y no puedo pasar por alto el deber de inculcar en vuestras mentes la necesidad de andar humildemente ante Dios. Estaréis seguros siempre y cuando tengáis una opinión humilde respecto a vosotros mismos. Pero yo sé que vuestras almas están en peligro. Estáis buscando un camino más ancho para transitar que el sendero humilde de la santidad, el camino real que conduce a la ciudad de Dios. Poseéis mucho del yo y muy poco de la mansedumbre y humildad de Dios. Los elementos discordantes en vuestra naturaleza están sumamente desarrollados. Gobiernan las pasiones desenfrenadas. El orgullo y la vanidad procuran la supremacía. Sé que el enemigo os está tentando gravemente. Vuestra única seguridad estriba en una conformidad completa con la voluntad de Dios. Es preciso que haya una entrega total de vuestra parte; una completa consagración de vuestro ser a Cristo es vuestra única esperanza de salvación. Si camináis en humildad de pensamiento ante el Señor, entonces él podrá obrar por medio de vuestros esfuerzos, y su fuerza se perfeccionará en vuestra debilidad. Cristo es nuestro Salvador. El ha declarado para vuestro beneficio y el mío: “Sin mí nada podéis hacer”. Juan 15:5. Oh, ¿no queréis más de Jesús y menos del yo?

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Hermano N, usted no es por naturaleza consagrado y por eso necesita hacer esfuerzos constantes para cultivar la fe. Le es fácil eliminar a Cristo de su experiencia. El Señor le ha dado su bendición en el pasado, y ¡cuán dulce era para su alma! ¡Cuánto consuelo, cuánto ánimo, le infundía! Su pasión es exaltar la educación, pero digo verdad al declararle que la educación, a menos que sea equilibrada por los principios religiosos, será una fuerza en favor del mal.

No estoy dispuesta a mantenerme pasiva y ver cómo usted sigue; como otros en el pasado, en el engaño de que los adventistas del séptimo día son muy estrechos en sus ideas, que marchan por un camino demasiado oscuro; que es menester que reciban mayor reconocimiento y que suban a mayores alturas; que los maestros en nuestras escuelas deben dedicar sus facultades más exclusivamente a las ciencias y no entretejer tanto la religión en su educación. Cuando se implanta esta semilla en el corazón de los estudiantes, germinará pronto en una cosecha que usted no estaría orgulloso de segar.

Estamos, por así decirlo, a orillas del mundo eterno y si usted ha de hacer la obra para la que esta escuela fue fundada, entonces tendrá que educar mayormente del Libro de los libros. No debe poner ningún otro estudio por encima de la Biblia. No tome como norma suya las demás escuelas del país.

Me ha sido mostrado que a usted le encanta ese tipo de educación del cual se excluye casi enteramente el elemento religioso. Hay numerosas escuelas de esta clase en nuestro país, donde los estudiantes pueden ir si es que desean ese tipo de preparación. Pero esta escuela tiene que ser de carácter diferente; tiene que tener el molde de Dios en cada departamento.

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Jesús y su amor deben ir entretejidos con toda la educación que se imparte, siendo éste el mejor conocimiento que los estudiantes pueden tener. “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría”. Proverbios 9:10. Si el director, en sus proyectos ambiciosos, alza vuelo y se aparta de la Fuente de toda sabiduría y piensa que la religión bíblica le va a cortar el vuelo, se dará cuenta de que él no vale más que una pompa de jabón. De manera que por amor a vuestras almas, tened en cuenta al Príncipe de la vida en todo plan, en toda organización. Nunca podréis tener demasiado de Jesús o de la historia de la Biblia en vuestra escuela.

¿Tenemos nosotros la verdad? ¿Estamos viviendo en el último período de la historia de la tierra? ¿Está Cristo a las puertas? Estas son preguntas que tenemos que resolver. La educación ha de ser siempre de orden elevado y sagrado, y esta necesidad es más imperativa ahora que nunca antes. El traslado de los fieles de este mundo pronto se llevará a cabo. Entonces, ¿por qué no traer a colación todas las energías de mente y espíritu en una consagración total a Dios?

Nunca neguéis lo que sois, no escondáis nunca vuestra lámpara bajo un almud, o debajo de una cama, sino colocadla sobre un candelero para que su luz alumbre a todos los que están en la casa. ¿Estuvo usted y los maestros que estuvieron con usted en _____, al tanto de las oportunidades para iluminar a otros? ¿Procuró sabiamente hacer todo el bien posible? ¿Intentó presentar las verdades bíblicas a las personas con quienes se amistó? ¿Acaso no arrastró el estandarte tras de usted porque tenía vergüenza de ser considerado como pueblo escogido de Dios? “Porque quienquiera que se avergüence de mí y de mis palabras… el Hijo del hombre también se avergonzará de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”. Marcos 8:38. Si tan sólo se alimentase usted de Cristo cotidianamente, entonces podría llegar a ser un gran educador.

Hermano mío, existe el peligro de que usted esté intentando comunicar demasiado de una sola vez. Nadie le exige que pronuncie largos discursos o que hable acerca de temas que no serán entendidos y apreciados por la gente común y corriente. Existe el peligro de que usted se concentre en temas que están sobre peldaños más elevados de la escalera, cuando aquellos a quienes instruye necesitan que se les enseñe a escalar con éxito los primeros peldaños de abajo. Habla usted acerca de cosas que los que no están familiarizados con nuestra fe no pueden entender; por lo tanto, sus discursos no son interesantes. No alimentan a los que usted se dirige.

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Jesús fue el más grande educador que el mundo jamás conociera. Comparado con su conocimiento, el mayor conocimiento es necedad. Pero sus instrucciones eran tan sencillas que todos las entendían, tanto doctos como indoctos. No hacía ningún esfuerzo pasa exhibir su profundo conocimiento, porque eso no lo hubieran comprendido. Al parecer usted piensa que sus extensas pláticas tienen un efecto especial para amoldar y formar a sus oidores tal como usted quiere, pero de seguro que fracasará en su intento. Usted podría tener una influencia mucho más saludable si hablara menos y orara más. Dios es la fuente de su fuerza.

Sus largos discursos sobre la educación en las ciencias le causan dolor a los ángeles de Dios, quienes están constante e intensamente activos en procurar elevar los pensamientos y los afectos hacia las cosas celestiales. Las almas perecen mientras usted descuida el obrar con los talentos que le han sido encomendados, como Cristo le ha dado el ejemplo. Las almas se perderán bajo el peso de sus discursos largos y carentes de Cristo. Su propia alma está empequeñecida y paralizada por su desconocimiento de Cristo. Está perdiendo muchísimo porque está enceguecido por el espíritu y las costumbres de una educación que es incapaz de salvar el alma.

La juventud necesita de su obra. Si usted fuera un hombre convertido, que a diario aprende lecciones en la escuela de Cristo, entonces sus labores tendrían sabor de vida para vida. Entonces podría trabajar con paciencia y amor, y en el poder de Dios, en favor de las almas de los jóvenes que están expuestos a la tentación. Dedique una porción del tiempo que se le va en sus largos discursos a la labor personal por los jóvenes que necesitan su ayuda. Enséñeles lo que Dios espera de ellos; ore con ellos. Hay muchos entre los jóvenes que están amarrados por hábitos nocivos con ataduras duras como el acero. Las pobres víctimas están fascinadas por los encantos de las seducciones del diablo y no pueden apartarse y estar firmes en la libertad que Dios puede darles. Han desperdiciado años; ¿perderán el año que acaba de comenzar? ¿Despertará el director de la escuela y se dará cuenta de sus responsabilidades y dedicará su mente y corazón a la salvación de los estudiantes? De no ser así, entonces dejad que otro tome su lugar. No se puede permitir que se hagan gastos y más gastos mientras que nada, o casi nada, se hace en el ramo mismo por el que la escuela se fundó.

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¿Se les dará una aplicación falsa a las facultades mentales y del alma? ¿Se dejarán perder las oportunidades? ¿Se seguirá una forma y una rutina día tras día, sin lograr nada? Oh, ¡despertad, despertad, maestros y alumnos, antes de que sea demasiado tarde! Despertad antes de que escuchéis de labios pálidos y agonizantes el terrible lamento: “Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos”. Jeremías 8:20.

¿Se pulen los dones y los talentos de cada educador para el mayor bien de los alumnos? ¿Quién está atento a los momentos favorables para pronunciar palabras de bondad y de amor? ¿A quién le gusta contar la historia de Aquel que tanto amó al mundo que dio su vida para redimir al pecador perdido y hundido? Preparad a la juventud, amoldad el carácter, educad, educad, educad, para la vida inmortal del futuro. Orad a menudo. Rogad a Dios que os dé un espíritu de suplicación. No sintáis que vuestra labor como maestros ha concluido a menos que podáis conducir a vuestros alumnos a la fe en Cristo y al amor por él. Que el amor de Cristo colme vuestras propias almas, y luego inconscientemente lo enseñaréis a los demás. Cuando vosotros como instructores os entreguéis sin reservas a Jesús para que él os conduzca, os guíe, os controle, no fracasaréis. Enseñad a los alumnos a ser cristianos. Esta es la labor más grande que tenéis por delante. Presentaos ante Dios; él escucha y contesta las oraciones. Abandonad las indagaciones, las dudas, la incredulidad. Enseñad sin aspereza. No seáis demasiado exigentes, sino antes cultivad una simpatía y un amor tierno. Sed alegres. No regañéis, no censuréis con mucha severidad; sed firmes, sed amplios, sed semejantes a Cristo, compasivos, corteses. “Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.

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No puedo expresaros el intenso deseo de mi alma de que todos busquéis al Señor de la manera más dedicada mientras puede ser hallado. Estamos en el día de la preparación de Dios. Que a nada se le dé tanta importancia como para apartar las mentes de la obra de preparación para el gran día del juicio. Preparaos. No permitáis que la incredulidad fría mantenga vuestras almas apartadas de Dios, sino permitid que su amor arda sobre el altar de vuestros corazones.

La apariencia del mal

Me siento instada a dirigirme a los que están empeñados en dar el último mensaje de amonestación al mundo. El que aquellos por quienes trabajen vean y acepten la verdad depende mucho de los obreros individualmente. La orden de Dios es: “Limpiaos los que lleváis los vasos de Jehová”. Isaías 52:11. Y Pablo encarga a Timoteo: “Ten cuidado de tí mismo y de la doctrina”. 1 Timoteo 4:16. La obra debe principiar con el obrero; éste debe estar unido con Cristo como el sarmiento está unido a la vid. “Yo soy la vid”,-dijo Cristo-, “vosotros los pámpanos”. Juan 15:5. Esto representa la relación más íntima que sea posible. Injértase la rama sin hojas en la cepa floreciente, y viene a ser un sarmiento vivo que saca savia y nutrición de la vid. Fibra por fibra, vena por vena, el sarmiento se aferra hasta que brota y florece y lleva fruto. La rama sin savia representa al pecador. Cuando está unida con Cristo, el alma se une al alma, lo débil y lo finito a lo santo e infinito, y el hombre llega a ser uno con Cristo.

“Sin mí”-dice Cristo-, “nada podéis hacer”. Juan 15:5. ¿Estamos unidos con Cristo los que aseveramos ser obreros suyos? ¿Moramos en Cristo y somos uno con él? El mensaje que llevamos es mundial. Debe llegar a todas las naciones, lenguas y pueblos. El Señor no requerirá de ninguno de nosotros que salga con este mensaje, sin darnos gracia y poder para presentarlo a la gente de una manera que corresponda a su importancia. La gran cuestión para nosotros hoy es: ¿Estamos llevando hoy al mundo este solemne mensaje de verdad de tal manera que manifieste su importancia? El Señor obrará con los obreros si ellos dependen únicamente de Cristo. Nunca quiso que sus misioneros trabajasen sin su gracia, destituidos de su poder.

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Cristo nos ha elegido del mundo, para que seamos un pueblo peculiar y santo. El “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. Tito 2:14. Los obreros de Dios deben ser hombres de oración, diligentes estudiantes de las Escrituras, que tengan hambre y sed de justicia, a fin de que sean una luz y fuerza para otros. Nuestro Dios es un Dios celoso; y requiere que le adoremos en espíritu y en verdad, en la hermosura de la santidad. El salmista dice: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera”. Salmos 66:18. Como obreros, debemos prestar atención a nuestros caminos. Si el salmista no podría haber sido oído si en su corazón hubiese mirado la iniquidad, ¿cómo pueden ser oídas las oraciones de los hombres ahora, mientras conservan la iniquidad?

Después que hubo pasado la fecha en 1844, el fanatismo penetró en las filas de los adventistas. Dios mandó mensajes de amonestación para detener este incipiente mal. Había demasiada familiaridad entre algunos hombres y mujeres. Les presenté la alta norma de la verdad que debíamos alcanzar y la pureza de comportamiento que debíamos conservar, a fin de recibir la aprobación de Dios; pero el mensaje que Dios dio fue despreciado y rechazado. Se volvieron contra mí y dijeron: “¿Ha hablado Dios solamente por usted y no por nosotros?” No enmendaron sus caminos y el Señor los dejó seguir hasta que la contaminación señaló su vida.

No estamos fuera de peligro aun ahora. Cada alma que se dedica a dar al mundo el mensaje de amonestación será severamente tentada a seguir en la vida una conducta que niegue su fe. Es el plan estudiado de Satanás hacer a los obreros débiles en la oración, débiles en poder e influencia, a causa de sus defectos de carácter. Como obreros, debemos condenar unánimemente cuanto presente la menor aproximación al mal en nuestro trato mutuo. Nuestra fe es santa; nuestra obra consiste en honrar la ley de Dios, y no es de carácter tal que rebaje los pensamientos y la conducta de uno a un nivel inferior.

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Tenemos que estar sobre una plataforma elevada. Debemos creer y enseñar la verdad tal como es en Jesús. La santidad de corazón no conducirá nunca a acciones impuras. Cuando uno que asevera enseñar la verdad se inclina a estar mucho en compañía de mujeres jóvenes o aun casadas, cuando pone familiarmente su mano sobre ellas, o está a menudo conversando con ellas de una manera familiar, temedle. Los principios puros de la verdad no están engarzados en su alma. Los tales no están en Cristo, y Cristo no mora en ellos. Necesitan una conversión cabal, antes que Dios pueda aceptar su trabajo. La verdad de origen celestial no degrada nunca al que la recibe; ni le induce a la menor aproximación a la familiaridad indebida; por el contrario, santifica al creyente, refina su gusto, lo eleva y ennoblece, y lo pone en íntima comunión con Jesús. Le induce a considerar la orden del apóstol Pablo de abstenerse aun de la apariencia del mal, porque “no sea pues blasfemado vuestro bien”. Romanos 14:6.

Este es un asunto al cual debemos prestar atención. Debemos precavernos contra los pecados de esta era degenerada. Debemos mantenernos alejados de todo lo que sepa a familiaridad indebida. Dios lo condena. Es terreno prohibido, sobre el cual es inseguro asentar los pies. Cada palabra y acción debe tender a elevar, refinar y ennoblecer el carácter. Hay pecado en la irreflexión acerca de tales asuntos. El apóstol Pablo exhortaba a Timoteo a la diligencia y al esmero en su ministerio, y le instaba a meditar en las cosas puras y excelentes, para que su aprovechamiento fuese manifiesto a todos. El mismo consejo lo necesitan mucho los jóvenes de la era actual. Es esencial la consideración reflexiva. Si tan sólo los hombres quisieran pensar más, y obrar menos impulsivamente, tendrían mucho más éxito en su trabajo. Estamos manejando asuntos de importancia infinita y no podemos entretejer en nuestra obra nuestros propios defectos de carácter. Debemos representar el carácter de Cristo.

Tenemos una gran obra que hacer para elevar a los hombres y ganarlos para Cristo, para inducirlos a elegir y procurar ferviente mente participar de la naturaleza divina, habiendo escapado a la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. Todo pensamiento, toda palabra y toda acción de los obreros debe corresponder por su altura a la sagrada verdad que defienden.

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